Un futuro donde las aportaciones de trabajadores y trabajadoras justamente retribuidos y motivados permiten a sus empresas ofrecer mejores productos; un futuro donde se colabora con los proveedores con este mismo fin y éstos obtienen a cambio una contrapartida proporcionada al valor aportado, independientemente de qué tipo de organización se trate y de en qué parte del mundo se ubique; un futuro en el que las empresas se esfuerzan por reducir sus deshechos, su consumo de agua y su gasto energético, siempre de fuentes sostenibles; un futuro en el que esos deshechos se reutilizan o reciclan adecuadamente; un futuro donde los clientes disfrutan satisfechos de los productos adquiridos, sabiendo que no comprometen el futuro de sus hijos e hijas; un futuro en que esos clientes recomiendan esos productos, permitiendo a las empresas que los ofrecen crecer de manera sostenible, ofreciendo más y mejor empleo; etc.
La evolución hacia un paradigma basado en el desarrollo sostenible requiere de la implicación de todos los agentes que participan en el proceso económico. Hay buenas noticias en esta dirección. Los gobiernos han comenzado a adoptar decisiones exigentes relacionadas con aspectos como la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), principales inductores del cambio climático. Algunas empresas comienzan a asumir su responsabilidad, autoimponiéndose exigencias de sostenibilidad que van más allá de las exigidas por estos gobiernos en el momento actual. Un número creciente de ciudadanos, en su faceta de clientes, comienza a valorar los esfuerzos de esas empresas, primando estos comportamientos en sus decisiones de compra.
El reto que nos amenaza es no obstante de tal magnitud, que debemos exigir, y exigirnos, un esfuerzo mucho mayor. Urge adoptar medidas más eficaces de ahorro de recursos naturales, en particular la energía y el agua, optando además por energías sostenibles. Urge una utilización más responsable de los bienes, alargando su vida útil y canalizándolos adecuadamente una vez concluida la misma (reciclaje). Urge tener en cuenta a la hora de elegir productos los esfuerzos en materia de sostenibilidad realizados por las empresas que los ofrecen. Urge un ejercicio de responsabilidad de cada persona, a nivel particular y en todos y cada uno de los ámbitos en que interviene. Más allá de esto, urge también un mayor esfuerzo de comunicación y sensibilización, un mayor esfuerzo didáctico de todos y cada uno en su ámbito de influencia.
Las empresas pueden también hacer mucho en estas direcciones. Es más, las empresas no deben esperar a que los gobiernos les exijan esfuerzos en estas direcciones porque, en el contexto actual, las empresas pueden ser más sostenibles sin dejar de ser rentables. A medio plazo, a medida que las exigencias de sostenibilidad de los clientes y las administraciones públicas aumenten, no podrán ser rentables si no son sostenibles. Abrazar la sostenibilidad puede ser incluso el camino hacia la rentabilidad, aportando ventajas competitivas. Conviene no olvidar que los cambios son el caldo de cultivo ideal para el surgimiento de oportunidades. ¿Cómo hacerlo? ¿Por dónde empezar? Orientar en esta dirección es el primer reto que hemos abordado al redactar la Guía Construyendo empresas sostenibles, que editada por el Parc Científic de la Universitat de València acaba de ver la luz. Te animo a descubrirla, descargándotela gratuitamente en este enlace: