De entre las muchas empresas que se crean, sólo un número exiguo se consolidará y crecerá hasta convertirse en verdadero motor de la economía en la que surge. Son estas contadas empresas las que marcan la diferencia entre una economía dinámica y una que no lo es, entre una economía capaz de competir en el mercado global y otra que transita en la marginalidad. En algunas economías basta a veces una sola de estas nuevas empresas para obrar el milagro (pensemos por ejemplo en la Finlandia de finales del siglo pasado, con Nokia como motor).
¿Por qué pese a que se crean muchas nuevas empresas sólo un porcentaje infinitesimal alcanzará ese nivel de relevancia? La explicación es sencilla (que no simple). La nueva empresa debe reunir una serie de elementos de los que los básicos serían:
- Una idea con potencial para competir en el mercado global.
- Emprendedores o emprendedoras con talento, con una serie de habilidades que resultarán claves en el largo proceso de consolidación.
- Una red de apoyo, pública y privada, que supla las lógicas carencias de los/as emprendedores/as, en términos de orientación, financiación, etc.
Mucho se ha escrito sobre estos tres elementos, pero poco sobre un factor añadido igualmente necesario, la resonancia entre estos tres elementos. Un batallón de soldados puede derribar un puente, pero sólo si desfila marcando el paso. Pocos proyectos empresariales reúnen los tres elementos pero menos aún consiguen que funcionen de manera armónica.
Un ejemplo muy habitual de falta de resonancia es el del emprendedor fascinado con su idea, un emprendedor que a menudo piensa que no necesita seducir a nadie (que no necesita red de apoyo), y lo piensa porque lo confía todo al poder de su idea (su idea es tan poderosa que todo lo que necesite acudirá a él de manera espontánea). Para cuando este emprendedor descubre que su idea no es tan maravillosa, o que en cualquier caso él tendrá que ir a buscar algunas de las cosas con las que en principio no cuenta para sacar adelante el proyecto, el entusiasmo alrededor de ella puede haber decaído, y otros emprendedores (con frecuencia de otros países) han ocupado ya su espacio de oportunidad.
He comentado ya en esta páginas cómo la Administración Obama descubrió este fenómeno hace tiempo, y se preguntó qué podía hacer para aumentar el número de empresas que se consolidan, que alcanzan el estatus de motor (“más de diez mil empleos en cinco años”). Como no tenía la respuesta, creó el National Advisory Council on Innovation and Entrepreneurship, en el que reunió un grupo de emprendedores que habían sido capaces de crear empresas de este tipo. En palabras del Secretario de Comercio norteamericano Gary Locke, “debemos ser mejores a la hora de conectar grandes ideas con constructores de grandes compañías”.
En mi opinión, deberíamos aprender de Obama, desplazando el foco de nuestros esfuerzos desde el reforzamiento de la red de apoyo a la resonancia de los tres elementos. Tenemos ya un ecosistema emprendedor robusto. Debemos ahora reescribir el guión emprendedor para conseguir la máxima resonancia entre los tres elementos básicos.
A menudo se oyen peticiones diversas clamando por un apoyo más decidido a los emprendedores. De poco servirá ese apoyo si no propiciamos antes determinados cambios culturales en el comportamiento de los emprendedores, cambios que permitan la sinergia entre los tres elementos, acompasar el paso, no para destruir un puente, sino para construir ese nuevo modelo económico que tanta falta nos hace.
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